Defender la democracia

Me preocupa como a casi todos los habitantes de este querido país la inestable y peligrosa situación política que vivimos. Me permito expresarla. Tenemos que defender la democracia que por ahora es el mejor sistema político que conocemos y aplicamos. Hay que mejorarla, pero no podemos negar el avance que ha supuesto en la evolución de la humanidad y su manera de gobernarse. Las democracias teniendo principios comunes toman diferentes formas según las culturas y sus historias. Algunos pueblos votan por casi todo aquello que tiene que ver con su presente o su futuro. No solo eligen autoridades, sino que realizan referéndums sobre los temas de interés público: educación, servicios básicos, agua… Otros se dedican a votar por sus autoridades y luego no se preocupan más porque el sistema de gobierno funciona de manera efectiva.

Ejercer la democracia requiere una ciudadanía preparada para elegir y para aceptar las consecuencias de la elección. Siempre habrá una mayoría y una minoría por pequeñas que sean las diferencias. En nuestro país un voto ha definido alcaldes. Quien es elegido no gobierna para su partido o amigos, gobierna para todos, es la autoridad de todos y todos le deben respeto.

Las personas que elegimos no son ni superhombres ni supermujeres, tienen cualidades y defectos, tienen fortalezas y debilidades y sobre todo deben tener un equipo con el que trabajar: solo no es posible ejercer cargos con tantas responsabilidades. Cuando los elegimos, no son intercambiables, establecemos un pacto. Los elegimos por un período determinado. La democracia, como todas las relaciones humanas, requieren cuidados, atención y mucho que soportar para perfeccionarlas. No sirve cambiar a sus representantes a cada momento, porque los diferentes procesos requieren tiempo.

El Ecuador vive una crisis política profunda, con múltiples aristas y peligros reales de enfrentamientos entre ecuatorianos.

La más grave de todas es el narcotráfico y sus tentáculos que están convirtiendo al país en un narco-Estado. Influye en la crisis la falta de credibilidad en todos sus sistemas: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Consejo de Participación Ciudadana. La crisis de las instituciones es también y sobre todo crisis en quienes ejercen esas funciones, y, en primer lugar, del señor presidente.

No podemos, salvo que se demuestre de manera fehaciente la participación real del primer mandatario en los delitos que se denuncian, cambiar la persona que ejerce el cargo, cuando la misma sospecha y a veces pruebas corroen las autoridades de las otras funciones del Estado.

Se exige de manera urgente un reconocimiento explícito de las equivocaciones y errores cometidos, un cambio total del equipo gobernante, y de aquellos sobre los que se ciernen sospechas de corrupción. El presidente debería escuchar el clamor ensordecedor que pide toma de decisiones drásticas, rápidas y efectivas.

Y requiere de la ciudadanía acompañamiento, vigilancia, para que el miedo, la revancha no decidan nuestras acciones colectivas y actuemos buscando el bien de todos.

Poniendo plazos cortos para medidas que se espera sean de largo alcance y si esto no se hace, entonces sí tomar medidas democráticas de cambio de autoridades.

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